Festejar, protestar y vandalismo.
Límites en la ciudad de todos.
En el marco de
la última semana del, no tan primaveral, mes de septiembre de este año, los
habitantes de la ciudad pudieron ser testigos de lo que normalmente denominamos
actos vandálicos. Si no fueron testigos oculares, por lo menos pudieron verlo
en las noticias. Para cualquier dueño de un establecimiento privado suele ser
bastante irritante, hasta el punto de convertirse en intolerable una situación
que amenace el límite que este marcó con el espacio público, que tan bien ha
sabido lograr su fama de hostil.
Nadie sonríe al salir de su casa y encontrarse la pared rayada, con lo que sea,
todo molesta. Todos marcamos un límite con ese espacio público, que se disfruta
pero que, aunque cueste aceptar, muchas veces nos inhibe y nos hace retraernos
más y más en nuestros propios núcleos.
Muy bien, todos
entendemos la relación que existe entre el espacio público y el espacio
privado. Pero hoy nos enfocamos con algo más, hasta que punto puedo apropiarme
del espacio público. Festejos, celebraciones, fiestas, marchas, carreras,
caminatas, intervenciones, protestas. Todo está permitido, pero también, todo
tiene un límite. Y el límite en este caso no lo marca una pared, este límite
carece de cuerpo, existe en el pensamiento de cada uno, en esa nube imaginaria
que lleva cada uno y le hace saber cómo utilizar el espacio y saber en qué
momento ya lo está dañando.
Esa idea de que
puedo rayar, grafitear, "intervenir" a mi manera, sin sentido y porque
sí. Suena muy a adolescente. Y bueno, hay un lugar para todo, tampoco podemos
ir contra lo que ya casi respira con nosotros. Pero se contradicen los actos,
cuando reclamando un aumento para la educación se rayan con frases y malas
palabras un edificio histórico. Es aquí cuando nos cuestionamos hasta qué punto
llega la sociedad, hasta dónde llegan los ciudadanos, dónde tienen sus límites
y no hablando de sus actos. Dónde sabe que se puede y dónde no. Ese límite
sutil que deberíamos educar en la mente de todos. Un límite que se mezcla con
respeto y consciencia. No se juzga el reclamo, se juzga el acto vandálico.
Otro
acontecimiento de parecidas características sucedió el pasado domingo, cuando
las letras de la ciudad de Montevideo amanecieron pintadas con los colores de
uno de los cuadros de futbol del país, como Peñarol cumplía 124 años este
lunes, algún creativo tuvo la genial idea de intervenir las letras de negro y
amarillo o de lo que sigue siendo lo mismo "oro y carbón" como les
gusta llamarle. Las letras de Montevideo no son de mármol y cambiarles el color
no es tan difícil como sacar el grafiti del mármol. Pero la situación es la
misma una emoción + una acción sobre el espacio público. Personas defienden el
acto como "ingenioso" o indican que el cartel no es un monumento. Sin
embargo las letras escriben Montevideo y Montevideo no lo habitan solo esas
personas.
Me parece bueno el planteo del problema. Hay una parte de la conducta social que está regulada por leyes y normas formales, pero siempre hay otra que responde a convenciones, a acuerdos culturales implícitos. Cuando pasan estas cosas nos preguntamos cómo está cambiando la cultura de la ciudad y de lo público. El tema da para mucho.
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