lunes, 28 de septiembre de 2015

TU. F1: GONZALEZ

Festejar, protestar y vandalismo.

Límites en la ciudad de todos.

En el marco de la última semana del, no tan primaveral, mes de septiembre de este año, los habitantes de la ciudad pudieron ser testigos de lo que normalmente denominamos actos vandálicos. Si no fueron testigos oculares, por lo menos pudieron verlo en las noticias. Para cualquier dueño de un establecimiento privado suele ser bastante irritante, hasta el punto de convertirse en intolerable una situación que amenace el límite que este marcó con el espacio público, que tan bien ha sabido lograr su fama de  ­­­­­­­­­­­hostil. Nadie sonríe al salir de su casa y encontrarse la pared rayada, con lo que sea, todo molesta. Todos marcamos un límite con ese espacio público, que se disfruta pero que, aunque cueste aceptar, muchas veces nos inhibe y nos hace retraernos más y más en nuestros propios núcleos.
Muy bien, todos entendemos la relación que existe entre el espacio público y el espacio privado. Pero hoy nos enfocamos con algo más, hasta que punto puedo apropiarme del espacio público. Festejos, celebraciones, fiestas, marchas, carreras, caminatas, intervenciones, protestas. Todo está permitido, pero también, todo tiene un límite. Y el límite en este caso no lo marca una pared, este límite carece de cuerpo, existe en el pensamiento de cada uno, en esa nube imaginaria que lleva cada uno y le hace saber cómo utilizar el espacio y saber en qué momento ya lo está dañando.
Esa idea de que puedo rayar, grafitear, "intervenir" a mi manera, sin sentido y porque sí. Suena muy a adolescente. Y bueno, hay un lugar para todo, tampoco podemos ir contra lo que ya casi respira con nosotros. Pero se contradicen los actos, cuando reclamando un aumento para la educación se rayan con frases y malas palabras un edificio histórico. Es aquí cuando nos cuestionamos hasta qué punto llega la sociedad, hasta dónde llegan los ciudadanos, dónde tienen sus límites y no hablando de sus actos. Dónde sabe que se puede y dónde no. Ese límite sutil que deberíamos educar en la mente de todos. Un límite que se mezcla con respeto y consciencia. No se juzga el reclamo, se juzga el acto vandálico.

Otro acontecimiento de parecidas características sucedió el pasado domingo, cuando las letras de la ciudad de Montevideo amanecieron pintadas con los colores de uno de los cuadros de futbol del país, como Peñarol cumplía 124 años este lunes, algún creativo tuvo la genial idea de intervenir las letras de negro y amarillo o de lo que sigue siendo lo mismo "oro y carbón" como les gusta llamarle. Las letras de Montevideo no son de mármol y cambiarles el color no es tan difícil como sacar el grafiti del mármol. Pero la situación es la misma una emoción + una acción sobre el espacio público. Personas defienden el acto como "ingenioso" o indican que el cartel no es un monumento. Sin embargo las letras escriben Montevideo y Montevideo no lo habitan solo esas personas.



1 comentario:

  1. Me parece bueno el planteo del problema. Hay una parte de la conducta social que está regulada por leyes y normas formales, pero siempre hay otra que responde a convenciones, a acuerdos culturales implícitos. Cuando pasan estas cosas nos preguntamos cómo está cambiando la cultura de la ciudad y de lo público. El tema da para mucho.

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