Sin
lugar a dudas los tiempos han cambiado. El constante desarrollo de la humanidad
nos conlleva a adaptarnos una y otra vez a nuestra época. La democracia
liberal, la cual busca satisfacer los deseos de todos los individuos, forma un vínculo
dinámico con el capitalismo, el cual predispone siempre un reconocimiento
desigual. Esta lucha por el reconocimiento, un individualismo que nos
caracteriza, ha dado como resultado una sociedad fragmentada. No es de
sorprender que esto se vea reflejado en la cuidad de la misma forma. Cada vez
son más los indicios de esta desconexión;
la continua creación de barrios cerrados pertenecientes a distintos
escalafones sociales, los edificios privados, suburbios, etc. Existe ahora más
que nunca, una necesidad de vincularnos entre nuestros pares manteniendo una
clara separación del resto obteniendo como fin una falsa seguridad y un sentido
de pertenencia a una comunidad aun más reducida y homogénea.
¿Cuál
es el rol del arquitecto en la sociedad y como este debe actuar cuando
construye cuidad? ¿Qué herramientas debemos poseer para poder proyectar
arquitectura y urbanismo de forma eficiente? ¿Cómo debemos moldear nuestros
modelos para que estos sean capaces de adaptarse a nuevos tiempos?
Si
bien estas preguntas son complejas, considero que existen dos cualidades
esenciales para el desarrollo de buena arquitectura y la creación de una cuidad
sana. Siendo estas, tener Conciencia social y una mirada optimista hacia el
cambio.
Si
bien tener conciencia social es algo vital y debería ser una de las principales
aspiraciones para cualquier individuo en sociedad, es aun más importante para
el arquitecto. Comprender la complejidad de la sociedad nos permite cubrir
nuevas necesidades y detectar así oportunidades que previamente no estaban contempladas.
Para crear una conciencia, la persona debe exponerse a distintas realidades y
nunca cerrarse el intercambio con la diversidad de habitantes de una comunidad.
Estas experiencias permiten proyectar con empatía, creando modelos afines a una
comunidad extensa, permitiendo el intercambio cultural y de este modo
enriqueciendo la cuidad. Por otro lado,
tener una visión clara y critica de los ámbitos sociales, culturales, políticos
y económicos permite una mejor toma de decisiones en todos los ámbitos de
nuestras vidas, en especial en nuestra carrera profesional.
No
menos importante, el arquitecto debe siempre tener en cuenta el cambio. La
sociedad y junto con ella la cuidad, están en constante mutación. Los modelos estáticos
y fuertemente estructuralizados han demostrado no superar la prueba del tiempo
por más que los ideales detrás de estos estén guiados hacia un bien común. Un caso
ejemplar es Brasilia, un proyecto urbano creado con ideales utópicos de
igualdad que una vez llevados a la realidad no pudieron verse realizados pues
el Plan Piloto no daba lugar a la resolución de nuevas problemáticas no
previstas. El cambio, la constante aparición de nuevas necesidades, y consigo
oportunidades a explotar, debe ser afrontado de manera optimista. Una obra no
debe ser concebida como finita ni establecer objetivos sumamente marcados pues
estos reducen la capacidad de adaptación a futuro. La arquitectura al igual que
cualquier intervención urbanística se enriquece y adquiere mayor complejidad si
es capaz de adaptarse y satisfacer los nuevos deseos de la sociedad futura.
En
mi opinión, es necesario comprender que todo proyecto arquitectónico modifica
tanto la cuidad así como la sociedad misma, infiriendo en cada intervención
nuestras convicciones. Es por esto que la responsabilidad del arquitecto va mas
allá de la resolución de problemas inmediatos, se deben tener en cuenta con la
misma importancia las necesidades a futuro de una sociedad evolutiva y siempre
considerar el mensaje a transmitir, un mensaje adecuado a la realidad, critico
pero fuertemente guiado hacia el progreso y el bienestar de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario